viernes, 30 de octubre de 2015






I. Viaje al centro de la semilla

He regresado muchas veces a la casa fantasmal de mi infancia.
Retorno en busca de mis dientes de leche, quizás sea un sentimentalismo
lo que inicialmente me haga volver al mismo vacío.
A una estancia suspendida en la multitud dimensional, de otra cosa,
que no podría ser más que una brecha en el suspenso de la capa recóndita
de los recesos de aquella manifestación, alrededor de la cual,
la eternidad ejercita su flujo cuántico y me exonera de la Física.

Al borde de una barandilla inverosímil,  la estructura hueca me desafía, algo ya que he aceptado, pero que no deja de asombrarme; desde esa peripecia incierta puedo ver los pisos que no son más que vigas que cuelgan amenazantes por donde se puede uno perder en los ojos de su abismo.  Cuando cambia la luz, es otra escena igual de subyugante; las nubes que atraviesan (submarinos del Limbo) como he llegado a llamarlos, parecen ir y venir del mar de los tiempos. No muy lejos, una puerta roja me ofrece su ojo mágico, como un film antiguo se vislumbran los campos  por donde flotan caballos salvajes, negativos sin revelar, a todo galope camino a pastar del centro de la semilla, en el cenit del sueño, en la más honda de las zonas vírgenes.
A ratos, también ellos se transforman en rostros afables, o en muecas que observan
las sombras siniestras, a saber, los cambios caprichosos de la ilusoria memoria sujeta
como un péndulo a la hipnosis incondicional de los sentidos de mi propia carne.

El boceto inacabado que primero se forma al llegar, semeja la casa primitiva montada
en los árboles, de modo que, no una, muchas veces, me pregunto ¿de qué posible
memoria predatoria vengo a protegerme? ¿Acaso no fue una loba que me dio de mamar?

Cuando cruzo la cuerda floja que conduce hacia los pasadizos en aquel caparazón deshuesado, en una mano aovada, sostengo la yema del miedo, y en la otra, un bonsái.
En esta casa, para toda definición, deforme, converge la esencia de mi signo: un vaso frágil donde reside todo el poder del viento, la polinización de los pequeños mundos que se esconden, y trasbordan como si sus almas no fueran a residir en algún umbral
luminoso.

En cada capa se adhiere un conocimiento íntimo del Sueño y el Soñador.  Un diseño que preserva la simpleza del germen, de modo que nacer no es suficiente, hay que mirar directamente al abismo, cada fruto, cada cosa como una réplica exacta del Amor. Un filamento frágil de las partes de un diseño a prueba de inspección a su reverso, que une y expone en forma tan simple la Gloria de Dios.
 
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